La Coral Santa Cecilia es muy distinta hoy en día a lo que era hace diez, cinco años. O hace tres meses. En una coral polifónica, como en casi todo lo que vale la pena, hay cosas que cambian y cosas que permanecen. Lo importante es no confundir unas con otras. Cambian los nombres, las voces, las caras. Cambia el repertorio, cambian los tiempos. Pero permanece algo esencial: la música compartida, el trabajo colectivo, el sentido de pertenencia que da cantar con otros.
Los reemplazos en una coral no son un problema, ni una desgracia. Son una necesidad. Más aún: son una forma de asegurar que lo que hacemos no se muera con nosotros. Cuando alguien deja su lugar, y otro lo ocupa, no se está perdiendo nada. Se está transmitiendo algo. Hay un hilo que sigue. La continuidad no depende de que todo sea igual, sino de que lo esencial se mantenga vivo. Y eso solo es posible si las personas entran y salen. Si se abren espacios. Si se reconoce que nadie está para siempre.
Es natural sentir tristeza cuando la voz ya no responde como antes, cuando la salud o la edad imponen límites. Pero quedarse pegado a la melancolía es un error. No porque no duela, sino porque eso también forma parte del ciclo. Todos llegamos, aprendemos, aportamos, y en algún momento, cedemos el lugar. Eso no borra lo que fuimos ni lo que dimos. Tampoco nos excluye del grupo. Hay otras formas de estar, otras maneras de seguir conectados.
Insistir en mantener todo como estaba no es fidelidad, es negación. La coral tiene que respirar, renovarse. No puede depender de que todos sigan siendo los mismos, ni de cantar siempre lo mismo. El repertorio se actualiza porque la música también es una forma de dialogar con el presente. Y las generaciones se suceden porque así funciona la vida. Negarlo es cerrarse al futuro.
Lo hermoso es que, cuando se hace bien, la entrada de nuevos cantantes no empobrece el conjunto, lo enriquece. Cada voz que se suma trae algo distinto, y eso obliga a todos a escuchar mejor, a adaptarse, a crecer. Nadie reemplaza a nadie exactamente. Pero todos suman a ese cuerpo colectivo que canta a varias voces.
Aceptar el cambio no significa resignarse. Significa entender que la coral no es de uno, ni de un grupo. Es de todos los que han pasado y de los que vendrán. Y que lo más valioso no es estar siempre en el centro, sino haber sido parte, haber contribuido al sonido común. Lo que permanece es esa experiencia compartida, esa música construida entre muchos. Lo que cambia es lo que permite que eso siga siendo posible.
